jueves, 4 de diciembre de 2014

Capítulo 2: Reencuentros, alegrías y gente en las vías


Al despertar a la mañana siguiente no me costó mucho ubicarme; estaba en otra cama, en otro país y ante nosotros se desplegaba todo un abanico de nuevas experiencias, así que ¡alehop!, arriba, que pa luego es tarde.
Mami ya se había levantado y me informó de que cuando duermo, me muero... Oye, bueno es saberlo, así en vez de rezar por las noches, hago testamento. Tras esta información, debatimos acerca del frío que habíamos pasado esa noche. Por lo visto iba a ser un fresco día londinense. Así que nos asomamos a la ventana para observar el panorama y, además de ver una obra que nos tocó diana, observamos que la cosa pintaba soleada y que el frío nocturno se debía a que, inteligentes de nosotros, habíamos dejado la ventana abierta... ¡Bravo, cerebritos! Eso es la falta de azúcar, así que una ducha y a desayunar.

“Mmmm, English breakfast”, pensaba mi estómago; “pues va a ser que no”, respondió el hotel. Nuestro desayuno consistía en tostadas, cafeses, zumos y cereales, así que agarramos lo que nos apetecía y a llenar el buche. Por cierto, los plátanos de allí no saben a plátano. - ¿Ya estás lleno? - No, pero vamos, que aquí no hay mucho que rascar... Asi que nos pusimos en marcha, recorriendo Hammersmith a la luz del día. Oye, pues es un sitio bastante cuco, con sus trenes, sus obras y su gente que corre de un lado para otro con sus prisas y sus desconjunciones indumentariosas. Se ve que los espejos son caros o que a la gente le importa una puta mierda ir vestida armoniosamente... En fin, cada loco con su tema y nosotros, al metro dirección Picadilly Circus.

Y allí empezamos nuestra sesión fotográfica de guiris, en la fuente de Picadilly con las pantallas de fondo, y mira tú por dónde, que debajo de esas pantallas había algo muy necesario para mi bienestar ocular: un Boots, que es lo que habría salido si una farmacia, la perfumería del corte inglés (como no) y una cafetería hubieran tenido una noche loca y traído un retoño al mundo. Osea, que puedes comprar condones, maquillaje, vitaminas, papel higiénico y echarte un sandwich, todo en el mismo sitio. Inglaterra, ¡qué país! Tras adquirir mi líquido lentillero, procedimos a pasear por Oxford Street hacia Oxford Circus (bien les gustan los payasos a los ingleses, todo lleno de circos) para buscar a mi churrita, Maite.
Tan ilusionados que íbamos disfrutando del paseo y los pintorescos escenarios urbanos (es decir, las aceras anchas como la espalda de un culturista), empezamos a ver burbujas; - Estooo, ¿por qué hay un fulano haciendo pompitas de jabón en medio de la calle? - Porque esto es Hamley's, la famosa tienda de juguetes de 5 plantas... - ¡Pues mira qué bien! Nos hemos ahorrado buscarla. - Joder, qué buenos somos, ¿no?

Entonces llegamos y nos vimos de lejos, corrimos, reímos, lloramos, nos abrazamos... A veces la distancia y el tiempo sólo sirven para calcular la velocidad y dejar todo lo demás intacto.
Tras las pertinentes presentaciones, nuestra peregrinación londinense guiada comenzó con carcajadas y el alivio de Mai por poder practicar de nuevo el castellano (¿Avocado? A bocados si que te voy a agredir como te olvides de tu idioma...).
Como no, nuestro paseo comenzó, sin querer queriendo, por la zona friki: Denmark Street (My God, agárrenme que como entre, no salgo) y Forbidden Planet, con sus dos plantas de merchandising (Chucky, serás mío algún día), cómics, libros, pelis y todo el material del que estamos hechos los nerds.
Mientras nos poníamos al día de nuestras respectivas vidas, continuamos el paseo por el Soho, Chinatown, Leicester Square (se lee “leister”... Los ingleses comen cosas raras, como “ce's”) y el lugar de nacimiento del primo de Willy Wonka: M&M World. - ¿Hueles eso? Es diabetes. Pero oye, es un sitio genial para sacarte fotos absurdas con pastillitas de chocolate gigantes.

Más tarde pasamos por Trafalgar Square, con sus leones gigantes, sus personas escaladoras (incluido yo) y sus estatuas vivientes de Yodas demoníacos y flotantes; una gran perturbación en la Fuerza, ciertamente. - ¡Mira eso que asoma entre los edificios! - Sí, después vamos, ahora toca Buckingham; métanse el palo por el Ohio, niños, que Vicky está en casa. Pues sí, debía estarlo, pero algo más pasaba, porque este despliegue de pelochos con uniforme de gala no era normal. Bueno, sin pretenderlo, disfrutamos de un desfile con su banda y todo.
Para descansar de tantas emociones, paseamos por St James' Park, todo lleno de patos, ocas, animales plumíferos aún sin clasificar y ¡ARDILLAS! ¡Adoro las ardillas! Son más cuquis que las chicas con gorrito de invierno y gafas de pasta. Pero no paraban quietas las malditas, así que no pudimos darles de comer; además estaba el detalle de que no teníamos comida, que quieras que no, también influye en el interés de los bichos por nosotros.

Ahora sí, llegamos al lugar de los sueños de cualquier turista en Londres: el Parlamento. - ¿El qué? - El Parlamento, ya sabes... - Mmm... ¿el qué? - El Big Ben, cojones... - ¡Ahhh, así sí! Todo mono él, ahí en su esquinita, esperando a ser resobado por cientos de cámaras, con sus cabinas rojas puestas en la trayectoria de la foto. - ¿Y ese edificio con esa cola enorme? - La Abadía de Westminster - Pues tiene un selfie... - ¿Y eso verde que hay en la acera? - Es lo que señala el norte, pequeña (no íbamos a ser sólo nosotros los que aprendiéramos cosas, ¿verdad Churrita?).
Y con el London Eye y los Ferraris que la gente pastosa exhibía por el puente finalizamos esa parte del tour; más que nada porque ya hacía hambre, así que, al tube y a zampar al Yate's una rica comida inglesa, regada con caldos de la tierra, cerveza, vamos, acompañadas de charlas, cotilleos estilo Gossip Girl y promesas (no volveré a hacerlo, te lo jurito).

Reanudamos la marcha encontrándonos a unos muchachos haciendo un espectáculo de Break Dance en plena calle y ¿qué mejor manera de hacer la digestión que ver cómo la gente se vira el buche? Por cierto, ¡cuánto le debe esta gente a los capoeiristas! (fin de la reivindicación). - ¿Y ahora? - ¡A Covent Garden! Eso sí, previo repaso por el Boots para comprar otro líquido lentillero. Lo que es no leer, tú...
Tras un buen pateo, arrivamos a Covent Garden... ¡Qué sitio más mono! Con sus puestitos, su arte y sus precios caros. Ahí ya empezaba a refrescar; es lo que tienen las 5 de la noche, así que nos refugiamos en un Costa Café, que es donde los ingleses ingieren sus cafeinados brebajes y donde dependientas andaluzas le montan un pollo a sus compañeros cubanos para que no les tiren de la trenza en un andalú perfeito. Y de camino, nos sacamos una foto con una guagua antigua de dos pisos que un grupito había alquilado para algún sarao; si es que tenemos el don de la oportunidad.
Como ya se hacía tarde y Maite tenía que coger 64 líneas de metro y cuatro barcos para llegar a su hogar, nos despedimos donde nos encontramos tras una jornada maravillosa, con la seguridad de que en nada nos volveríamos a ver en tierras canarias (y con un +1 muy especial). ¡Muchas gracias, Churrita! ¡Te love you mil! Y ahora, Mami también, que determinó que eres un cariño de niña.

Ahora sin manguitos, decidimos meternos pa lo jondo, tropezándonos con la Disney Store en cuyo escaparate había kilos de merchandising de Star Wars, que es el equivalente a un imán para frikis, así que allí entramos. Y entre Chewbaccas (Chubaca, no Chewaka, coño), Lukes feos y Erredoses, vislumbramos una enmascarada y gigante figura roja y azul... - ¡Aaaaah, Spiderman! - ¿Te saco una foto? - Obvioooo...
Después de observar posibles regalitos y de comprobar el absurdo precio de algunos artículos, proseguimos nuestra exploración, haciéndonos selfies bajo marquesinas navideñas llenas de setas; sólo nos llevó unos siete intentos hacer uno medio decente... Vamos mejorando. Ahora había que pensar en cenar, así que nos encaminamos a un piano pub que nos habían recomendado. Y dimos vueltas, y vueltas y vueltas... Y vueltas... Pero no dimos con él. Coño, para una cosa que buscamos... Así que, en vista del éxito obtenido, de la hora y del hambre que empezaba a apretar, tiramos al metro para cenar en nuestro pueblo. Pero, hete aquí, que a alguien le pareció una buenísima idea lanzarse a la vía de nuestra línea, haciendo que se cancelara. - ¿Y ahora cómo volvemos? - Mapa - Pues cogemos esta hasta aquí y luego empatamos con la otra y ya estamos. - ¡Mira qué bien!
Superbien, si la línea que elegimos (la única que nos llevaba a nuestro destino, por otra parte) no hubiera sido de estas que van a veces a un sitio y a veces a otro. Adivina cuál cogimos nosotros; efectivamente, la que iba al otro sitio, así que nos bajamos corriendo y esperamos el tren correcto durante unos diez minutos, cansados y muertos de hambre. Yo sólo veía pasar bocadillos con abrigo y bufanda.

Cuando ya pensábamos que no llegaríamos para cenar (estos ingleses son muy de cerrarte el chiringuito del papeo si llegas a determinadas horas no comestibles) o hacer aguas menores (¡qué manera de mearme, oye!) apareció nuestro tren, así que pudimos llegar justitos a un pub deportivo de Hammersmith con unas hamburguesas muy apetecibles, aunque a esas horas, hasta un cubo de plástico nos habría parecido comestible.
Ya sólo quedaba pedir una interesante oferta de hamburguesa + papas + cerveza. Fácil, ¿no? ¡Las pelotas! (muy de bar deportivo). El camarero estaba en prácticas y, para más inri, tenía acentazo de la zona así que, al pedir la oferta nos pregunta qué hamburguesa va con la oferta. ¡Y yo qué coño sé, tú eres el que trabaja aquí! ¡No toques los huevos que todavía te comemos a ti, rubio! Claro que eso fue lo que pensamos; al final aclaramos el tema y conseguimos nuestro condumio que sabía a felicidad absoluta. Tan contentos estábamos que pudimos ignorar a la ruidosa panda de mediquitos en prácticas que acababan de salir de guardia o algo y la estaban liando parda.

Después de un breve paseo digestivo, llegamos al hotel a morir one more time; reventados pero felices como perdices y, sobre todo, tranquilos, relajados y en paz. A descansar, que mañana nos esperaba otro gran y largo día lleno de magia y aventuras.

Buenas noches ZzZzZ

“Sólo por esta noche no me iré, mentiré y tú me creerás; sólo esta noche veré que todo es por mí”

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Capítulo 1: Llegando


Aquella mañana desperté temprano, emocionado y nervioso por la aventura que se avecinaba. Después de una ducha y un frugal desayuno (dos huevos duros, media pizza y un tazón de cereales), cogí la maleta y me dirigí a casa de Mami sin olvidarme de mi pequeña plantita. Una vez allí, tras los saludos, los chillidos de animadora pava y los preparativos de última hora, cogimos un taxi hasta la parada de la guagua que nos llevaría al aeropuerto. Durante el camino hacia la parada pudimos compartir la indignación del señor taxista con la Guardia Civil y las multas por exceso de velocidad (amén, compadre).

En la parada no esperamos mucho, pero sí algo más de los seis minutos que vaticiné... - ¡Mierda, se me olvidó el cepillo! - Tranquilo, que yo traje. Qué haría yo sin Mami... No lo sé, pero seguro que lo haría despeinado.
El viaje en la guagua no fue muy largo, pero sí muy incómodo. ¿Por qué hacen los asientos tan estrechos si saben que la gente va a llevar equipaje? Sinsentidos de la vida. Y así se me quedaron los muslos; como no venían requintados ya de casa... Aunque bien nos dio tiempo a repasar todos los ciclos chinos patológicos y catalogar a todos nuestros conocidos. Sí, somos muy frikis.

Cuando al fin llegamos al aeropuerto, con más de una hora de antelación, nos dirigimos al mostrador para preguntar por nuestra puerta de embarque, ya que no aparecía en las pantallas. Tranquilamente pasamos el control de seguridad y atravesamos el set de rodaje de “El perfume”, también conocido como Duty Free. Entonces, oímos una llamada para embarcar... - ¡Coño, ese es nuestro vuelo! - ¡Pero si falta una hora! - Ea, vamos a buscar la puerta.
Y caminamos... Y caminamos... Y caminamos... Y caminamos... Madre mía, que nos salimos de la isla. Ya Mai nos había advertido que ibamos a tener que caminar pero ¿desde el aeropuerto y sin coger el avión?

Al llegar por fin a la puerta de embarque, que estaba aproximadamente en Alicante, una señorita muy amable nos ofreció facturar nuestro equipaje de mano gratis, a lo que accedimos de buen grado (ignorantes de nosotros). A pie de pista, un muchacho muy trabajador nos dio las instrucciones pertinentes para la facturación en un inglés bastante acelerado; así mismo, también evitó en el mismo inglés que nos atropellara un camión. Nos pareció correcto agradecerle el detalle en castellano, con lo cual se quedó ojiplático y exclamó: - ¡Ah, coño!
Desborregados, embarcamos en el avión y apartamos de mi asiento de ventanilla a una pequeña zángana que se pensaba apropiar de él. ¡Fuera de aquí, que si nos estampamos no podrán identificar mi cadáver!

Puntuales despegamos y puntuales aterrizamos. Durante todo el vuelo, no paramos de charlar de todas un poco y de sacar ideas la mar de creativas, así como de interpretar las instrucciones de seguridad a nuestra manera, sobrevolando ríos y zonas mientras a nuestro alrededor nadie entendía nuestras risas ni comentarios, básicamente porque nadie hablaba nuestro idioma. ¡Ah, haber estudiado!

Pues ya estábamos en tierras londinenses, comenzaba la aventura. Lo primero: recuperar nuestras maletas. Empezamos a caminar tras la muchedumbre hacia la terminal y caminamos... Y caminamos... Y caminamos... - ¡Joder, que nos volvemos a España! - Espera, que nos piden los deneises... En cuanto fuimos considerados personas no peligrosas para la seguridad nacional, procedimos a buscar nuestro equipaje en la cinta. Empezaron a salir unas cuantas maletas por la cinta y, de repente, dejaron de salir. Por lo visto venían en otro avión, porque no llegaron hasta pasada una hora ,que aprovechamos para observar las encendidas que se cogían los nativos con el personal del aeropuerto mientras nosotros nos partíamos de risa e investigábamos la manera de llegar al centro. Adquirimos los billetes de nuestro nuevo transporte, que no pudimos pagar con el dinero que habíamos cambiado porque la maquinita no lo aceptaba... ¡Yupi! ¿Y para esto me pateé yo todos los bancos antes de venir? En fin, vamos que se nos hace de noche.

Y efectivamente; a las 5.20 de la noche (no de la tarde, de la noche) nos acomodamos en la guagua que nos llevaría al centro de Londres. Menos mal que teníamos wi-fi gratis para comunicarnos con nuestros seres queridos... O no, porque aquello no conectaba ni a la de tres. Pues nada, a disfrutar del paisaje. ¡Qué raro es ir por el otro lado de la carretera! Era como jugar al Mario Kart en modo espejo. Durante el largo viaje, nos fijamos en todos los restaurantes, fruterías, multitiendas y comestibles varios que veíamos por el camino. ¡Qué hambre! Todo nos parecía apetitoso.

Cuando llegamos a la última parada, y tras orientarnos, buscamos una boca de metro para dirigirnos a donde quiera que fuéramos a dormir. Mezclados con los nativos y yendo de mapa a mapa, conseguimos llegar a nuestro destino. Ahora tocaba decidir qué tipo de billete comprar; cosa harto difícil con hipoglucemia severa, así que, como dicen por allá, “first thing's first”; a comprar chocolate en la minitienda de la entrada. ¡Qué placer! La energía chocolatástica recorría nuestras venas, así que aprovechamos el reprise para hacernos con una multitarjeta de transporte y embarcarnos en nuestro primer viaje en metro en el extranjero, que vino a ser como cualquier viaje en metro nacional. Eliges tu destino, sigues los mapas y ¡voilá! Llegamos.

Al salir de la estación (por la puerta incorrecta, claro), empezamos la búsqueda del hotel. Resulta que era una zona muy transitada, a pesar de estar en las afueras, llena de pubs. Comenzamos a caminar aleatoriamente y en un par de minutos, nos tropezamos con nuestro hotel. ¡Piece of cake!
Nuestro nuevo hogar durante los próximos días era un lugar cuco y acogedor, lleno de moquetas, escaleras estrechas y puertas “anti-robo”. Nuestra habitación tenía todo lo necesario para la supervivencia del viajero: camas, armario y baño.

Tras deshacer el equipaje, salimos ya sin cargar nada a buscar comida. Paseamos por la avenida principal y observamos lo que nos ofrecía para rellenar nuestras barrigas. Es curioso, cuando uno se muere de hambre y le dan opciones, nunca sabes qué elegir, así que optamos por una mini-hamburguesería pakistaní. Devoramos nuestro bien merecido banquete y nos metimos en uno de los múltiples pubs de la zona. Ya nos tocaba empezar la cata cervecera internacional, así que pedimos una muestra de los ales del pub. Por lo visto, un ale es como una cerveza pero más suavita.
Mientras disfrutábamos de nuestra cata y de nuestro wi-fi gratis (ah, que aquí tampoco... Nos tienen in-comunicados, Mary) sonó la campanilla que anunciaba el “Last call”, lo que viene a ser un “pide la última y te vas a tu puta casa, que vamos a cerrar”, sólo que en modo British, que es mucho más refinado. Claro, que hay que entender que las 11 de la noche es una hora de lo más adecuada para que las personas dejen de zanganear y se vayan a dormir como niños buenos. Apuramos nuestras bebidas y volvimos a nuestra madriguera a morir definitivamente.

Hay una verdad universal: hasta que no te quitas los zapatos no sabes cuán cansado puedes estar, sobre todo, después de unas 14 llegadas. Y así fue; ¡qué dolor de cuerpo humano! Sólo nos quedaba sacarnos la procedente selfie de “estamos reventados pero contentos” y meternos en la cama, que el día siguiente iba a ser igual de largo con reencuentros y visitas guiadas; pero eso será relatado en el siguiente capítulo.
Tratamos de leer nuestros respectivos e-books pero Morfeo llegó arrasando, por lo menos en mi caso.

Buenas noches. Zzzzz

“No digas nada, cálmate, tranquilízate ahora mi preciosidad; no luches así o sólo podré amarte más”

lunes, 6 de octubre de 2014

Un trocito de cielo


Por la noche ella miraba hacia arriba y las estrellas y la luna se reflejaban en sus ojos. Tumbada en la hierba, alzaba las manos y acariciaba el cielo, soñando despierta con volar y poder abrazarlo.
Cuando lucía el sol, cerraba los ojos y disfrutaba de su calor, deseando estar más cerca de él; flotando en el cielo azul siendo acariciada por esponjosas nubes.
Quería tenerlo entre sus brazos y no soltarlo nunca; agarrarlo fuerte y no dejarlo marchar.

Hechizada por su encanto, ideó un plan para hacerlo suyo. Construyó una escalera de sonrisas que se elevaba por encima de las más altas montañas, subió por ellas y creó un lazo con sus miradas, arrancando un gran trozo de cielo y llevándoselo al suelo.

Ella estaba contenta porque ya tenía lo que más había deseado junto a ella, y podía abrazarlo y acariciarlo tanto como siempre había soñado. Pero esas caricias no eran lo que esperaba. El trocito de cielo estaba frío y había perdido su belleza.

Entonces, ella hizo algo que ya nunca hacía: se tumbó y miró hacia arriba. El cielo ya no brillaba con agujas de plata de noche ni era esponjoso y cálido de día. Miró alrededor y no vio sonrisas ni alegría; todo el mundo estaba apagado, como si faltara algo. No le hizo falta nada más para darse cuenta de lo que tenía que hacer. Cogió el trocito de cielo y subió por la escalera de sonrisas hasta el lugar donde, soltando el lazo de miradas, liberó su pequeña porción de felicidad; soltó lo que más había deseado durante toda su vida.

Al volver al suelo, notó que algo había cambiado; el cielo empezó a brillar como solía hacerlo y sus ojos reflejaban de nuevo la luz de las estrellas. Las personas volvían a sonreir y, pese a estar triste, comprendió que había hecho lo correcto. Comprendió que por mucho que desees algo, no puedes agarrarlo sin más. No puedes poseer algo que no está hecho sólo para ti.
Miró hacia arriba y el cielo le devolvió la mirada junto con una sonrisa que decía que siempre estaría a su lado.

Siempre habrá un trozo de cielo en cada persona que se detenga a contemplarlo.

“Las cosas del Cielo sólo son vistas por quien cierra los ojos y cree en ellas”

lunes, 8 de septiembre de 2014

Chispa


De repente miro a mi alrededor y te escucho sin verte; oigo tu risa, siento tus pasos cuando corres, huelo tu pelo... Me giro pero no estás aunque me parece verte.
Camino por la casa, toco los muebles, abro los armarios y los cajones pero no encuentro nada; solamente vacío, como el que retumba en mi interior, haciendo que el eco de tu voz se amplifique y me haga sonreir. Es un eco suave, me acaricia y me arropa. No me araña como un tigre; me envuelve como una cálida manta, como un peluche que te abraza y seca tus lágrimas.

No hubo pistolas ni espadas; no hubo malos sentimientos ni malas intenciones pero aún así, sangrábamos. Nuestras almas heridas se revolvían en nuestro interior generando tensión, atenazando nuestros corazones que lloraban en silencio porque no podían hablar. Porque hablaban distintos idiomas a pesar de amarse más que a nada. Qué curioso. A veces el amor no lo puede todo. O sí. El amor ha hecho que sigamos nuestros caminos sin rencor, queriéndonos como el primer día, tranquilos, en paz.

Respiro y aunque aún sienta unas frías cosquillas en el estómago al cruzar la puerta, sigo adelante paso a paso, buscando esa chispa que una vez encendiste. Sé que cada día que pase brillará más y el frío se transformará en un punto de calma que hará que mis labios se curven en una sonrisa recordando nuestra felicidad. :)

“Después de la lluvia, el suelo se endurece”

jueves, 28 de agosto de 2014

Te voy a escribir



Hoy te voy a escribir. Porque sí, porque me apetece, porque quiero recordar lo que sienten mis dedos al volar pulsando teclas. Porque la sonrisa aflora cuando rememoro aquellas líneas. Porque todo sigue siendo simple, absurdo y divertido. Porque el caballo sigue trotando, aunque sea en otro plano. Porque los dibujos siempre hacen que las verdades salgan a la luz. Porque gracias a tu pluma este rincón siguió creciendo. Porque los camaleones comen maíz aunque los libros no lo detallen. Porque, a veces, las cosas con patas mejoran más que las que no las tienen. Porque al no poder echarnos de más, siempre nos echaremos de menos. Porque quiero que sigas pintando. Por ti, por mí, por todos nuestros amigos. Por lo bien que lo hemos pasado y lo que nos queda todavía ;)

En cada vaso de vino, hay un caudal de poesía”

lunes, 5 de mayo de 2014

Recordarás

A veces todo se asemeja a un gran aeropuerto; puedes estar durante horas que se tornan en días, que parecen meses, que se transforman en años enteros mientras esperas con ansiedad (o paciencia, no todos nos comemos las uñas) a que una robótica voz, desprovista de sentimientos, anuncie que es hora de que recojas todas tus pertenencias y accedas a la puerta de lo que será un cambio, más grande o más pequeño, a mejor o a peor, pero, sin lugar a dudas, hacia algo distinto.

Otras veces no esperas, sino que te mueves ávido por encontrar tu destino; atrapado en interminables cintas transportadoras que te llevan en una dirección a la que tal vez no estás preparado para ir o a la que, simplemente, no quieres llegar. Miras hacia atrás, o hacia delante pero sólo te dejas arrastrar cómodamente, viendo pasar miles de rostros a tu lado, impersonales, sin significado alguno, que se repiten una y otra vez, que no te importan y que no crees que vuelvas a ver.

Entonces esa gran cinta transportadora se para. Miras a tu alrededor y ves que esos rostros toman vida, tienen expresión, sienten; sonríen, se preocupan, sufren, temen, lloran. Como tú. Como todos. Ya no son sombras a tu alrededor. Tienen nombre y puedes interactuar con ellas; intercambiar opiniones, ayudarte, aportar algo nuevo a tu experiencia vital. Lo mismo que tú puedes hacer con ellas. Aliviar su sufrimiento, consolarlas, hacerlas reir, enriquecer sus vidas como ellas hacen contigo.

Sal de esa cinta transportadora y date cuenta que puedes ir a donde quieras y cuando quieras. No hay un billete comprado. Nada puede arrastrarte como arenas movedizas porque continúas moviéndote y no desesperas. No pares de hacer algo sólo porque hayas olvidado que puedes hacerlo, que sabes hacerlo y que te encanta. Verás que todo se vuelve más claro y más fluido. Te convencerás de nuevo de que una sonrisa alivia más dolor que un camión de opio. Te darás cuenta que para volar es mejor dejar en tierra el equipaje pesado.
Recordarás que ella se llamaba Beth ;)

"La mañana ha nacido de la madre noche"