De repente miro a mi
alrededor y te escucho sin verte; oigo tu risa, siento tus pasos
cuando corres, huelo tu pelo... Me giro pero no estás aunque me
parece verte.
Camino por la casa,
toco los muebles, abro los armarios y los cajones pero no encuentro
nada; solamente vacío, como el que retumba en mi interior, haciendo
que el eco de tu voz se amplifique y me haga sonreir. Es un eco
suave, me acaricia y me arropa. No me araña como un tigre; me
envuelve como una cálida manta, como un peluche que te abraza y seca
tus lágrimas.
No hubo pistolas ni
espadas; no hubo malos sentimientos ni malas intenciones pero aún
así, sangrábamos. Nuestras almas heridas se revolvían en nuestro
interior generando tensión, atenazando nuestros corazones que
lloraban en silencio porque no podían hablar. Porque hablaban
distintos idiomas a pesar de amarse más que a nada. Qué curioso. A
veces el amor no lo puede todo. O sí. El amor ha hecho que sigamos
nuestros caminos sin rencor, queriéndonos como el primer día,
tranquilos, en paz.
Respiro y aunque aún
sienta unas frías cosquillas en el estómago al cruzar la puerta,
sigo adelante paso a paso, buscando esa chispa que una vez
encendiste. Sé que cada día que pase brillará más y el frío se
transformará en un punto de calma que hará que mis labios se curven
en una sonrisa recordando nuestra felicidad. :)
“Después de la
lluvia, el suelo se endurece”