domingo, 21 de agosto de 2011

El punto de calma

Parece mentira la de cosas que pueden suceder en un determinado periodo de tiempo. Claro, ésto se ve muy lógico si pensamos en siglos, décadas, años o incluso meses. Pero, ¿qué pasa cuando reducimos ese intervalo a semanas, días u horas? El resultado es que el efecto de esos pequeños acontecimientos puede ser devastador. El mundo entero puede temblar en un segundo, se puede pasar del amor más intenso a la indiferencia más absoluta en un pestañeo y una vida, o muchas vidas, pueden volverse patas arriba en un momento.

¿Qué hacer para detener el cambio? La respuesta es sencilla de entender, pero muy difícil de asimilar: NADA. No se puede hacer nada para detener el cambio. Como dije en mi entrada anterior, el cambio no va a detenerse porque tú no lo desees. Es una realidad cruel que no hace más que demostrar lo insignificante que es la vida de una persona comparada con el fluir del Universo. Así, el único remedio que tenemos para evitar que la marea del cambio nos ahogue es fluir con él. Nuestro único bálsamo para aliviar la tortura de nuestra alma está en nosotros mismos. Hay que encontrar el punto de calma en nuestro interior; ese lugar donde todo es cálido, que nos hace sentir en nuestro verdadero hogar. Ese punto no se encuentra abrazando recuerdos ni adormeciendo nuestros sentimientos para no notar el dolor. Es el punto en el que sabemos que todo continúa, que todo va a salir bien por mucho dolor que pasemos. Al principio puede ser un pequeñísimo espacio que nos relaja, pero una vez lo encontremos crecerá. Cuanto más contacto tengamos con él, cuanto más lo acariciemos, cuantas más cosquillas le hagamos, más grande se hará y estaremos más convencidos de que todo pasa, nada es eterno, ni la felicidad ni el sufrimiento, lo que nos permitirá comprender que todo va a salir bien.

Todo va a salir bien. Todo estará como debe estar. Todo pasa. Siempre.

"Si caes siete veces, levántate ocho"