domingo, 15 de febrero de 2015

Capítulo 3: Magia, regateos y menores de edad

¡Arriba, que hoy va a ser un gran día! Nos levantamos motivados y no helados, ya que esta vez sí que recordamos cerrar la ventana. Tras la ducha y el desayuno de rigor, empezamos nuestra aventura, pasando primero por un Costa, eso sí (ese aguachirri que los del hotel llaman café no despertaba a Mami). Para confundirnos con el medio, decidimos pedir las bebidas para llevar y beberlas durante el viaje en metro hacia King's Cross. Y sí que duraron, por lo menos, mi té verde. Cada vez que intentaba darle un sorbo, 20000 papilas gustativas morían calcinadas. Así que, sorbito a sorbito, observando a las tres recatadas pero emocionadas turistas japonesas que teníamos al lado, el nivel del té fue disminuyendo.

Al llegar a la estación nos dirigimos a los andenes de los trenes buscando nuestro objetivo: ¿Qué hay entre los andenes 9 y 10? ¡Exacto, el andén 9 y ¾! - Espera, que no podemos entrar a los andenes sin pagar... - Pues tiene que estar en otro sitio - ¡Localizado! La cola de gente delataba la ubicación del lugar turístico más friki de Londres: el célebre muro que llevaba a Harry Potter y sus amigos del mundo muggle a tomar el expreso de Hogwarts. ¡A la cola, antes de que se me suba del todo la cara de cumpleaños! Mientras esperábamos (no mucho, la verdad) elegimos nuestra casa de Hogwarts; Mami, como es valiente, se fue a Gryffindor y yo, como soy un enterado, a Ravenclaw. Lo que hay. Las risas aumentaron al ver a la chiquina que animaba la cola, vestida de revisora del Hogwarts Express, apuntaba a todo el mundo con su varita y organizaba a la gente con muy buen rollo; tanto buen rollo que, tras inmortalizar nuestro paso al mundo mágico con bufanda, carrito y lechuza incluidos, fui a hablar con ella para sacarnos una foto. Lejos de importarle mi atrevimiento, me apuntó con su varita y me lanzó un Avada Kedavra, para después, dejármela para hacer yo lo propio, llevándome a casa dos de las fotos más divertidas del viaje. ¡Qué amor de muchacha!

La visita dictaba que entráramos en la tienda del andén 9 y ¾, pero antes había que buscar una papelera para tirar el vaso de mi, por fin terminado, té. Coño, ¿en King's Cross no tiramos la basura o qué? Pues nada, pa fuera que voy y pa dentro que vuelvo. Ahora sí, a la tienda. Tan chiquita era que había que esperar a que te dejaran entrar. Y ¡qué pasada! Estantes llenos de cuadros, llaveros, pósters, bufandas, sudaderas y, lo más importante, varitas. Cajas y cajas de maravillosas varitas mágicas. Probamos unas cuantas a ver cuál nos elegía y... ¡Chan, chaaaan! La varita del Señor Tenebroso eligió a Mami... Miedo. Pero se tuvo que quedar allí, porque no había pounds enough. ¡Qué caro sale ser friki!

Al salir de King's Cross, Londres nos empezó a obsequiar con su característico tiempo chipichupirainkeepsfallingonmyhead, así que capucha en ristre dirigimos nuestros pasos hacia nuestro siguiente objetivo del día, Camden Town, previa sesión de fotos en la estación de St. Pancras; cosa bonita de edificio, oye. Como el lugar en cuestión parecía estar a cuatro pipas, decidimos ir dando un paseíto y disfrutar del clima londinense, así como de la lectura. Y lo segundo que leímos después de la dirección hacia donde debíamos dirigirnos fue, one more time, la carencia del sentido de la moda que se gastan por allá, demostrada por una señorita coreana con unos ojos “azules” como dos sugus de piña y otra señorita con un corto y vaporoso vestido primaveral con calcetinitos que iban a juego (con otro vestido, probablemente). Ponerme-lo-que-caiga 2 – Espejos 0.

Por el camino tuvimos tiempo de ver cosas tan interesantes como una consulta de osteopatía, fruterías muy caras y de leer frases divertidas en pizarras de pubs (“El alcohol es como el amor: el primer beso es mágico, el segundo, íntimo, el tercero, rutina  y después de eso ya te quitas la ropa”). Hasta que llegamos a Camden... - ¿Y esto es lo que teníamos que ver según todo el mundo? Si es un barrio normalito. - No sé, algo más habrá... Vamos a llegar a la calle principal.

Y ahí estaba. El paraíso. Una enorme calle llena de tiendas de todo tipo; chaquetas, botas, libros, discos y un sinfín de artículos aptos para todas las tribus urbanas, desde punkis a heavyletals pasando por amantes del chundachunda. Nombres como Dark Side, Chaos, Dark Angel o Cyberdog poblaban la zona mientras sacábamos fotos y paseábamos ojipláticos. En una de estas, mirábamos lentillas de fantasía cuando el empleado de la tienda nos hizo entrar para ver más modelos, por sólo 10 £. Bueno, vamos a hacerle el capricho al hombre y entremos a verlas. En vista de que no teníamos intención de comprar nada, el tío me pregunta cuánto estoy dispuesto a pagar. Mmm, ventaja... Aprovechémosla. - 6 £ - No way... 7. - Ok, dame dos pares. Y así nos convertimos en los dueños de unas flamantes lentillas de zombie (muy apropiadas para el Halloween que se avecinaba) y descubrimos una nueva afición, muy necesaria según Monty Python: el regateo.
Seguimos nuestra andadura reparando en otro detalle: no sabes cuán poco echas de menos la música que se escucha a todas horas en tu pueblillo hasta que empiezas a oir salsa en una tienda de Camden... WTF???

Empezamos a vagar por las callejuelas cotilleando en todas las tienda y con un ansia compulsiva de gastar pounds. - Mira qué vestido para Sissy... - Y mira esas botas para Sissy... - ¿Y ese colgante? - Para Sissy – Niña asquerosa esta, que le queda todo bien... - Bueno, vamos por el Callejón Diagón, a ver qué encontramos. Pues ¿qué va a ser? Cosas increíbles como camisetas y sudaderas pintadas con spray, agendas encuadernadas a mano en cuero o malas energéticamente inestables.
Con tanto paseo y visitas a los ATM nos entró hambre, sobre todo por los olores que venían de la orilla del Regent's Canal. Puestos y puestos llenos de comidas del mundo; de todo el mundo. Mención especial para los bocadillos de tortilla auténticos, es decir, con embutido metido entre tortilla y tortilla, aunque lo sentimos mucho por Jose Mari, cuya señora no lo dejó comer tortilla de patata. Después de dar vueltas y vueltas sin decidirnos y que el jilorio empezara a apretar seriamente nos decantamos por un papeo tradicional americano del mismo Texas: Chili con carne acompañado de puré de boniatos; gloria bendita para el fresquete que empezaba a hacer. Y de postre, zumo de manzana, plátano, arándanos y naranja con un toque de jengibre. Wonderful!
Con la barriguita llena sólo quedaba buscar regalos para los peques y más gente querida; ¡Yupi, más regateo! Me estoy haciendo un artista en esto. Y como no, también nos teníamos que autoregalar algo,  aunque quedaba más bonito regalarnos mutuamente. Y lo mejor que nos podíamos regalar era tiempo, así que yo le regalé a Mami un giratiempo y ella a mí un reloj de bolsillo.

A las cinco de la noche volvimos al centro, ya que nos quedaban cosas fantásticas que hacer. Directamente a Hamley's. ¡Juguetes, juguetes! Cinco plantas llenas de juegos, juguetes y... Niños. Niños gritando, niños corriendo, niños dando por cu... ¡Aaargh! Apenas pudimos disfrutar de las gigantescas figuras de Lego Star Wars o las réplicas de las varitas de Harry Potter, el mapa del merodeador o las joyas de los Lannister. Eso sí, lo que no había por ningún sitio eran peluches de ardillas... Por menos de 200 £, claro. Ya que las energías me abandonaban como si estuvieramos rodeados de un ejército de dementores, Mami decidió llevarme a un Nero's para recibir la cura cuando el Patronus no funciona: el chocolate. Allí recuperamos fuerzas y conectamos con un WiFi funcional. ¡Yuhuuu!

Después de reponer energías nos echamos a caminar y caminar y caminar y, fíjate por donde, fuimos a llegar a la BBC, no a Bodas, Bautizos y Comuniones, sino a la tele inglesa. Esa que sólo ponen cosas en inglés, con presentadores ingleses y... Bueno, que no tengo ni zorra de lo que ponen en la BBC, pero tú tampoco, y yo he estado allí y tú no. 'Ea, te chinchas! Y con tal puntería que estaban rodando algún tipo de presentación de un programa en el que utilizaban coches antiguos, así que allí vimos a los presentadores llenos de laca montándose en los coches y entrando a plató.

Tras salir del glamouroso mundo de la tele, nos dispusimos a dar una vuelta por el Soho; barrio lleno de pubs y, a esas horas, de gente encorbatada cenando y echándose unas pintas. Antes de elegir un sitio donde llenar la panza recorrimos las callejuelas del lugar encontrando una tienda llena de discos, ibros y revistas de segunda mano y otra con un escaparate lleno de chocolates monstruosos; es decir, envases de chocolates con indicaciones halloweenescas como “Grageas para las pesadillas” o “Espantamonstruos”. Tomamos nota de su ubicación para llevarnos dulces souvenirs a casa. Ahora sí que empezaba a rugir la barriga así que, al igual que en Camden, nos pusimos a buscar un pub que nos diera de comer. Y, al igual que en Camden, tardamos una barbaridad en elegirlo. Sí, somos muy indecisos con la comida, qué le vamos a hacer... Eso y que, como las polillas, cualquier cosa brillante nos atraía. Pero dando vueltas y vueltas, nos tropezamos con el pub White Horse, donde procedía una foto sí o sí aunque no pasáramos de la puerta de lo caro que era.

Nos decidimos por un local en el que el comedor estaba en la parte alta. Una vez sentados y, como normalmente se hace, primero pedimos las bebidas: dos Guinness y el camarero, a su vez, me pidió el carnet. ¡Jajajajajajaja! Después de mirarlo con cara de haba y descojonarnos el tipo nos dijo que a los menores de 25 hay que pedirles la identificación para servirles alcohol. Tiene guasa que me pidan el carnet hasta en ultramar... Debe ser que fui a Londres en DeLorean y no en avión. Lo más divertido es que seguro que el camarero era menor que yo.
Para cenar pedimos Bangers and Mash, osea, salchichas en salsa de carne, cebolla y zanahoria acompañadas de puré de papas y batata frita. ¡Cosa rica, por Thor! Y como nos quedamos con sed, otra cervecita. Cosa que lamentamos profusamente al llegar la cuenta... Las cuatro cervezas costaron lo mismo que la comida, dejándonos la barriga llena y un bonito puñal clavado en las costillas. Antes de irnos le pregunté al camarero qué edad me había echado y se escabulló incómodo de la pregunta, con lo que volvimos a salir desborregados de la risa. Igual por eso el tío nos subió la factura. Si es que hay gente muy rencorosa en el mundo... Y con muy mal ojo para calcular edades también.

La jornada tocaba a su fin, así que nos dirigimos a nuestra madriguera de nuevo. Cuando estábamos bajando la escalera mecánica del metro, oí un familiar arpegio de guitarra en La menor. Canturreando, llegamos al pie de las escaleras donde había un chico tocando The Unforgiven con una guitarra eléctrica. Nos paramos a escucharlo y cantar con él, así como echarle una moneda en la funda. ¡Qué pena no haber tenido mi guitarra y acompañarlo!
Después del viaje en metro, que esta vez se hizo hasta corto, llegamos a nuestra habitación, preparamos la maleta y el plan de ataque para el largo día que nos esperaba y nos dormimos recordando todos los mágicos momentos del día.

¡Hasta mañana! ZzZzZ

“Lo que sentí, lo que supe, nunca brilló a través de lo que mostré”

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